FINIS TERRA: Un paisaje fracturado. Héctor Calderón Bozzi
CUANDO LA TIERRA ERA PLANA
¿Restos de un antiguo yacimiento? ¿Vestigios de una perdida civilización ¿Teselas de un mosaico inconcluso?
Quienes han seguido la trayectoria de Héctor Calderón Bozzi saben que todo paso que da y todo resultado que produce tiene una larga y compleja meditación, de manera que cuando una idea suya se convierte en palabra, se abre paso en el espacio, se convierte en color, se sabe que para llegar hasta allí ha debido pasar un depurado proceso de elaboración. Y ahora, con «Finis Terra. Un paisaje fracturado», se vuelve a confirmar la anterior afirmación. De manera que para poder contemplar la presente exposición, estas baldosas tuvieron que atravesar un accidentado recorrido, tuvieron que sufrir un prolongado -y a veces tortuoso- proceso de transformación para que vieran finalmente la luz. Todo ese esfuerzo previo valió la pena y a la vista de los resultados se puede afirmar contundentemente que esta muestra sin lugar a dudas marcará un antes y un después en su trayectoria artística.
¿Residuos cartográficos? ¿Numismática cósmica?
¿Placas tectónicas? ¿Bases de un tetraedro?
Si en su exposición anterior, «Los vestigios», veíamos una serie de cuadros abstractos con la línea del horizonte como común denominador, ahora Héctor Calderón cambia el soporte y la técnica, pero su propósito sigue intacto y nos lleva de la mano por esa misma línea divisoria para ver lo que hay más allá de esa tierra plana, para ver lo que se oculta al final de su Finisterre particular.
¿Acuarelas olvidadas de Paul Klee? ¿Escaques de un tablero de
ajedrez? ¿Huellas del estallido de una erupción volcánica?
Tal parece que su obra estaba encaminada a establecer un diálogo con la abstracción. Y en esta exposición confirma que es su territorio predilecto. Y los resultados saltan a la vista: en una sola placa pueden encontrarse un sinnúmero de formas, colores y texturas que se multiplican y acoplan misteriosamente, donde todo lo que se ve tiene la inminencia del origen, es más, donde todo está a punto de significar, como si el artista nos mostrara un territorio donde los signos están en su proceso de formación. Y para que el espectador tenga una mayor libertad interpretativa, premeditadamente se han suprimido los nombres de las baldosas para que sea solamente un número la que los nomine, lo que a su vez provoca que los asistentes sean a su vez testigos y creadores de lo que sucede ante sus ojos.
¿Prismas pulverizados? ¿Orografías difuntas?
¿Fricción de fronteras?
Alejándose de la técnica del Rakú japonés, su espíritu explorador le pide que tome un riesgo y dé un salto al vacío, desconociendo lo que hay más allá de ese horizonte, donde, al decir de Estrabón, al atardecer se oye el chirrido del sol al contacto con el mar. Y esa línea del horizonte que ha sido una de sus constantes ahora aparece como una grieta, como una cicatriz que nos habla de lo incierto, de lo innombrable, del nacimiento pero también de la destrucción, de lo que para decirse no puede decirse, como si sobre estas placas se escuchara el balbuceo de la materia, fuera la tablilla sobre la que se escribe el alba del lenguaje.
¿Sílabas calcinadas? ¿Maremagnum?
¿Tablillas cuneiformes? ¿Polvo galáctico?
El proceso ciertamente alquímico al que se ven sometidas las baldosas produce resultados que escapan a la voluntad del artista. Y justamente de eso se trata: de que la propia naturaleza hable por sí misma, sin la intervención humana. De manera que cuando las observamos, en su delimitado mundo de ángulos rectos y su callada exclamación, nos sintamos ante un extraño yacimiento extraído de las profundidades de la tierra, o a muchos metros al fondo del mar. Al verlas se tiene la sensación de que estas baldosas fueron los fragmentos rescatados de un mosaico remoto en un desierto, o mantuvieran adherida la humedad de las profundidades marinas. Y que se aproximaran tímidamente a la luz por primera vez, después de estar ocultas durante siglos.
¿Bordes del abismo? ¿Fragmentos de un Aleph borgiano?
¿Visiones del Caronte de Patinir?
Hierro y cobalto, cobre y bismuto, estaño y plata son los elementos escogidos por el artista para que libren su batalla particular a más de 900 grados en un horno que tarda varias horas en adquirir su temperatura, logrando que sus combinaciones sean totalmente distintas unas de las otras, rozando esa sensación de lo infinito, de lo desquiciado, de lo in- gobernable. “Nada más preciso que una reacción química y nada más imprevisible que su resultado”, dice el artista. Pero al provocar el azar Héctor Calderón quiere subrayar la importancia de la fisura como elemento elocuente del principio de la duda y como también del fin de la certeza, o también, de la irrupción de lo indeterminado.
¿Perímetros de enigmas? ¿Vitrales sin jardín?
¿Azul en busca de su lapislázuli? ¿Geología imaginaria?
Lo que el artista jamás podría crear lo deja en manos de la propia naturaleza para que a su vez sea ella el sujeto de su construcción. De allí que emane esa fuerza inesperada, ciertamente mágica, lo que provoca que las baldosas adquieran ese magnetismo particular. Cerca del Land Art pero a su vez situado a kilómetros de distancia del Rakú, Héctor Calderón va un paso más allá de la instalación en el espacio o del recipiente ceremonial donde gracias al accidente, a lo involuntario, y a los elementos escogidos, lo pétreo y lo líquido conviven, donde las texturas se convierten en vibraciones que exaltan lo matérico y logran expandir las fronteras del horizonte físico.
¿Osamentas calcinadas? ¿Confluencia de la corriente de
Humboldt? ¿Premoniciones en las Rías Baixas?
Porque estamos en el fin de la tierra, en los territorios de lo improbable, Héctor deja que lo nuevo se exprese por sí mismo y avancemos en lo desconocido, no sin antes sentir que hay un soterrado reclamo por la destrucción a la que hemos sometido a la naturaleza, pero también, para que repitamos viendo las baldosas solitarias esos versos de Rumi: Para que con su luz/ pueda tornar mis oscuras piedras en oro.
¿Raíces petrificadas? ¿Combustiones detenidas?
¿Giros de un derviche?
La idea original y lo aleatorio del resultado. Por eso el artista deja de serlo, para considerarse un agente más en la transformación de los elementos, pues en la producción de las baldosas intervienen como modificadores la temperatura, el aserrín, la humedad atmosférica. Y resulta ciertamente paradójico que esos brillos plateados de algunas de ellas se hayan producido en el castillo de Oropesa donde Francisco Álvarez de Toledo, virrey del Perú, fue llevando la plata extraída de las minas de América. Pero no se trata entonces de una reivindicación histórica, ni mucho menos de un ajuste de cuentas quinientos años más tarde. Se trata de señalar lo permanente y tocar lo mudable, de entrar en la historia y vislumbrar el futuro, de advertir la destrucción de la naturaleza y de atisbar la construcción de una nueva geología, de la marea detenida y del misterio en movimiento, de lo que Héctor quiere que veamos de su Finisterre.
¿Códigos secretos? ¿Acordes astrales?
¿Sueños de Herodoto? ¿Piedras talismánicas?
Esperemos que esta búsqueda de Héctor Calderón solo sea el comienzo de un largo camino que le falta por recorrer, para que nos siga compartiendo sus descubrimientos en esa frontera movediza donde no cabe la certeza, donde todo se convierte en revelación.
RAMÓN COTE BARAIBAR
PROYECTO FINIS TERRA
Un paisaje fracturado
Este proyecto es la continuación y síntesis de una serie ampliamente experimentada en los últimos años, en talleres de Barichara, Colombia y Miraflores de la Sierra y Villanueva de La Vera, España, por un grupo de ceramistas como Jaime Villa, Mar Alberruche y César Rivas, en coordinación con el arquitecto y pintor colombiano residente en España Héctor Calderón Bozzi.
Como su nombre lo indica, alude al lugar donde “se acaba la tierra” en Galicia, pero también a la quintaesencia de ese trazo del horizonte como expresión casi abstracta del paisaje. Se relaciona en parte con la visión “terraplanista” de la España del Siglo XVI, sintetizada en el simbolismo de Finisterre como borde del mundo plano y la aplicación de esa visión a los procesos de conquista y colonia, y pretende referirse a un arco que llega hasta nuestros días, donde la
desconsideración con el entorno natural arroja una fractura indeleble e irreversible en el paisaje. Alude también a los procesos geológicos de formación y configuración de fenómenos, como un delicado balance que se sitúa en los orígenes de la vida, como si fuera una alquimia que representara esas complejas y frágiles evoluciones.
Técnicamente se trata de pintura a partir de emulsiones hechas con pigmentos de óxido de metal (cobre, hierro, cobalto, titanio, estaño, bismuto y plata) aplicadas sobre placas planas de cerámica y sometidas a un proceso parecido al de la antigua técnica japonesa del Rakú, en el que el óxido se ve reducido (en diferentes grados y modos) al hacer combustión y asfixia a alta temperatura en camas de madera y serrín.
Por cierto, el nitrato de plata, que es el hilo conductor pictórico y simbólico de la serie, es la misma sustancia del soporte de la fotografía análoga en blanco y negro, lo que tiene un significado y un efecto puntual y específico. El proyecto, de carácter acentuadamente experimental, ha sido avalado por diferentes galerías y entornos culturales y será inicialmente expuesto en la Galería Nueva Las Letras de Madrid en noviembre próximo.
Consta de 36 montajes de 105 baldosas de 30×30 cm y 15×15 cm casi todas fabricadas a mano especialmente para este propósito y en diferentes formatos , en un lenguaje pictórico-escultórico que incluye craquelados, fisuras, grietas y fracturas.
Se estará produciendo durante la primavera y verano de 2024, y exponiendo inicialmente en el Otoño del mismo año.
HCB