Símil, una vida como lienzo. VE Contemp
Pintar es observar, interpretar y transformar—y cuando los artistas recurren
al símil, buscan comparaciones que hagan visible lo intangible. Un símil en
la pintura, ya sea explícito o sugerido, permite representar la vida misma
como si fuera otra cosa: un viaje, una tormenta, un jardín, un juego,
nuestras luchas, animales, vivencias y fantasías. Estas comparaciones
aportan capas emocionales y filosóficas que van más allá de la imagen.
Imaginemos la vida pintada como un camino serpenteante que se pierde
entre la niebla: cada curva, una decisión; cada sombra, un recuerdo. O como
un frágil navío a la deriva en aguas turbulentas. En estos símiles, el lienzo
deja de ser solo superficie para convertirse en metáfora. El color, la textura y
el espacio hacen lo que las palabras no pueden: sugieren lo indecible.
A lo largo de la historia del arte, los pintores han recurrido al símil no solo
para embellecer, sino para profundizar el sentido. En el Romanticismo, la
naturaleza se pintaba a menudo como el espíritu humano—salvaje, sublime,
impredecible. En obras abstractas o expresionistas, la vida puede aparecer
como una explosión de color, caótica y luminosa. En el arte moderno y
contemporáneo, los símiles desafían al espectador a mirar hacia dentro: la
vida como una máscara, como un laberinto, como un escenario.
El símil en la pintura nos recuerda que la vida no siempre se puede
representar de forma directa. Debe sugerirse, evocarse, bordearse. Y en ese
rodeo poético, a menudo la vemos con más claridad: la vida, como el arte
mismo, está llena de ecos, ilusiones y verdades inesperadas. Lucías Ares,
Lara Padilla, Myriam Quiel, Ella Mello, Dimitri Vojnov, Eduardo Alcántara y
José Vívenes se reúnen en esta exposición con sus particulares recursos
pictóricos, pintura o escultura y dejarnos a distancia de nuestra
interpretación del símil en el arte.